Desde que mi relación con Pau terminó, lo único que hago es sumergirme en el mundo de los libros por horas. Leo de todo. No importa el género, simplemente me gusta desaparecer y dejar de ser yo.
No sé si mi psicóloga piensa que me lo estoy tomando bien, pero prefiero esto a seguir el consejo de mis amigas y liarme con tíos desconocidos en un antro de mala muerte. Paso. A veces la gente piensa que se trata de una mentira cuando me niego a participar en algún plan porque estoy ocupada leyendo, pero no me importa.
Sinceramente, venir asiduamente a la biblioteca ha sido más próspero que gastarme el dinero compulsivamente en compras para tapar el vacío existencial que siento porque ya no estoy con él, y mucho mejor que inscribirme al gym, sabiendo que nunca iría.
Ya empiezo a reconocer caras en la biblioteca, entre ellas a Enzo, el bibliotecario.
Me parece bastante atractivo, lástima que sea gay. Ya sé que no debería encasillarlo por sus ademanes femeninos, que son lo que más me gusta, pero es innegable admitir que mi gay radar se encienden cuando paso cerca de él. Siempre que pienso que está ligando conmigo, recuerdo que probablemente él y Pau podrían hacer una gran pareja y tenerme a mí como el cupido gay que los unió.
Estoy cansada de ser imán para hombres que descubren su sexualidad después de estar conmigo. ¿Tan mala seré en la cama?
Pauso mi sesión de lectura para buscar el baño. Me detengo en seco al recordar que el baño de mujeres ha estado siempre en reparación y por eso debo esperar hasta llegar a casa. Sin embargo, hoy he bebido demasiada agua y no creo que llegue a tiempo. Reviso que no haya nadie cerca y me meto al baño de hombres. ¿Qué puede pasar? No es mi culpa que el de mujeres nunca esté disponible.
Me encuentro a Enzo utilizando el urinario. A través del espejo puedo echar un vistazo a su miembro y aparto la mirada al mismo tiempo que él se da cuenta de que he salido yo del cubículo. Los colores se me suben por las mejillas y él se ríe mientras se acomoda el pantalón.
—Lo siento mucho, el baño de mujeres está roto otra vez.
—Ni te preocupes —dice Enzo amablemente—. No es la primera vez que estoy con una mujer en un baño.
Sus palabras me sorprenden, me mira como con deseo y le miro por el espejo mientras se acerca a lavarse las manos.
—Pero, ¿te gustan las tías? —me ha salido solo, no se por qué.
—¿A mí? Me encantan las mujeres —dice Enzo con la misma amabilidad—. Aunque no es la primera vez que piensan que soy gay, lo que tampoco me importa, porque no te diré que no me atraigan los chicos también.
Que sinceridad, me encanta. Enzo no me quita la mirada de encima en ningún momento y sonríe de manera encantadora, lo cual me hace sonreír también. No sé qué decir.
—¿Y tú, es la primera vez que estás con un hombre en el baño? —pregunta sonriendo.
—¿Perdón? —respondo descolocada.
—¿Estás nerviosa? ¡Jaja! —dice riéndose—. Que si has estado con un hombre en un baño.
—No en uno público, la verdad.
—Podría ser tu primera vez.
En ese momento me doy cuenta de lo mucho que se ha desviado la conversación y me mantengo con la mirada sobre él, y esa sonrisa que no se borra. Entonces decido girarme y mirarlo directamente, esperando que él haga lo mismo.
—¿Quieres que lo sea?
Enzo se gira y me mira con una sonrisa que no desaparece cuando me besa. Siento que he estado esperando mucho ese beso y no sé si está sucediendo en realidad.
Lo mucho que me gusta su boca no se puede explicar. Además de tener estilo, sabe besar y hay algo en mí que se activa casi de manera animal. Cuando Enzo me acaricia la mejilla y posteriormente me aprieta la nuca para no dejar que me aparte, me dejo llevar y me pego a su cuerpo, gimiendo sobre su boca. Entonces él se aparta y abro los ojos, sin saber cuándo los he cerrado.
—Ven conmigo —me susurra al oído.
Cogiendo mi mano, me guía hasta quedar encerrada en el cubículo que está contra la pared, contra la que me arrincona, y me sigue besando como si su vida dependiera de ello.
Me fundo en su boca y aprieto su cuerpo contra el mío, queriendo sentir que no tengo escapatoria. Enzo se restriega contra mí y yo abro mis piernas para que su pierna encaje entre ellas, sintiendo como su rodilla ejerce presión contra mi vulva. Suspiro fuerte, consciente del lugar en el que estamos. Siento el calor recorrer cada rincón de ese baño y de mi cuerpo. Aunque nuestras bocas no tienen suficiente la una de la otra, Enzo decide besar mi cuello y siento sus dientes clavarse en mi piel, razón por la que araño su espalda, excitada.
Me siento húmeda y Enzo se restriega de una manera aún más lasciva. No pasa mucho tiempo hasta que empiezo a notar su miembro rozarse también contra mi cuerpo, que parece tan indefenso en ese instante…
Le abrazo y acerco mi boca a su oído, donde tiene un pendiente pequeño que hace que me parezca aún más sexy.
—Fóllame Enzo —le ordeno.
Mis palabras me sorprenden, pero entonces le muerdo el lóbulo de la oreja después de lamerlo y él parece excitarse aún más por lo que he dicho.
Tal vez lo directa que he sido es la razón por la que ha empezado a quitarse los pantalones con ansiedad, y yo también. Sus grandes manos me agarran y yo me enredo en su cuerpo como una planta con mis piernas.
Le miro a los ojos y me río antes de morderle la boca, y sentir su lengua asomarse para rozarse con la mía. Los suspiros emergen de nuevo y a pesar de que le abrazo el cuello con uno de mis brazos, el otro busca acariciar su erección palpitante que toco con mis dedos. Al cogerla entre mis manos me atrevo a restregarla entre mis piernas, ese lugar que se muere por sentirle dentro. Y entonces entiende mis acciones y me pone lentamente sobre ella.
Me agarro a su cuello y suelto el primer gemido, qué ganas tenía.
Pero eso no es suficiente, así que comienzo a moverme.
Con la espalda apoyada en la pared y una mano sosteniendo la puerta, me empujo contra su miembro, que empieza a salir y entrar de mi cuerpo. Enzo también se mueve contra mí, acompañando el vaivén de nuestras caderas, que se acomodan al ritmo que exigen nuestros cuerpos en una situación como esta.
En medio de eso escuchamos a una persona entrar, por lo que nos quedamos quietos, mirándonos el uno al otro, con nuestras respiraciones agitadas y el corazón desorbitado. Mi boca está ligeramente abierta, sintiendo el miembro de Enzo palpitar dentro de mí, mientras una gota de sudor resbala por mi mejilla.
El tío orina y silba una canción. Yo muevo mi cadera, y Enzo entiende mi señal. Quiero que siga.
Entiende el morbo de la situación y eso es lo que me hace querer continuar. Enzo tapa mi boca y yo comprendo su temor. Entonces vuelve a empujarse contra mí, de una manera agresiva, que me vuelve absolutamente loca.
Aunque ya no es tan repetitivo el movimiento, cada uno de esos toques profundos que me da, me hacen perder la cabeza. Cuando siento que voy a gritar, yo misma aprieto su mano contra mi boca. Noto la sonrisa diabólica de Enzo que me vuelve a penetrar con fuerza contra la pared. Solo gimo cuando escucho el agua del lavabo correr.
Unos minutos después nos volvemos a quedar absolutamente solos y el ritmo desenfrenado regresa para apoderarse de nuestros cuerpos.
Da un morbazo lo que estamos haciendo, aunque sé que es algo prohibido y nunca lo contaría en voz alta.
En tan solo unos minutos mi cuerpo empieza temblar sobre el de él, sintiendo las contracciones en mi vientre y mi entrepierna. Aunque yo llego al orgasmo primero, Enzo continúa hasta sentir que ha llegado su momento y sale de mi cuerpo, para correrse en el váter a nuestro lado. Yo le miro mientras acaba y eso me pone aún más cachonda.
Me quedo apoyada en la fría pared, intentando recuperarme de los espasmos que se apoderan de mí. No estoy muy consciente, por lo que sus brazos resultan una sorpresa acogedora que me envuelve en ese momento de solo quietud que existe después de compartir un orgasmo como ese.
—Ha sido una muy buena primera vez —digo mientras suspiro agotada.
Sonrío de manera cansada y él también, antes de besarme, como cerrando ese pacto que acaba de ocurrir entre nosotros.
—Sí que te gustan las mujeres —susurro contra su boca mientras lo sigo besando, abrazada a él.
Su olor me hipnotiza. Salimos después de un par de besos más que impidieron que nos vistiéramos con rapidez.
—Ojalá se repita algún día— me dice Enzo con su encantadora sonrisa—. Tengo un par de libros en casa que podrían gustarte.
Era una propuesta muy tentadora…