La sala parecía más vacía de lo que estaba en realidad. La gente se agrupaba cerca de las paredes, escondiéndose detrás de las ocho columnas que había en la habitación. Veía parejas, chicas con chicas, chicos con chicos… Era un ambiente que respiraba sensualidad, con cuerpos sudados, bailando entre ellos. El techo de la sala era tan alto que me hacía sentir pequeña. Eso y la sensación de no encontrar a la persona a la que había venido a buscar.
No era casualidad que me invitaran a aquel reservado. No era fácil entrar en la lista de invitados, pero sabía que ella iba a estar ahí.
Mis ojos se pasearon por toda la sala buscando ese cuerpo perfecto con el que llevaba soñando desde hacía algunos meses. Recorrí cada esquina de la sala, la entrada a los baños, un mostrador que se hacía pasar por ropero… Ni rastro.
Me apoyé en la barra y dejé a mis ojos vagar por la sala. La música, a pesar de no estar muy alta, hacía vibrar mi piel. No conocía la canción, sin embargo a mi cuerpo parecía gustarle. Hacía que aquel entorno, que estaba en un principio fuera de mi zona de confort, se convirtiera justo en eso, en mi zona de confort .
Levanté la mirada hacia el final de las escaleras. Allí estaba María, sola en lo alto, sujetando una copa como una diva. Parecía indiferente. Por un momento se giró, y su mirada se dirigió hacia mí, revelando esos ojos azules y penetrantes.
Me giré para devolverle la mirada. Ella sonrió. Me quité el abrigo y le dejé ver el vestido que me había comprado para esa ocasión. Un vestido que solo me puse para ella. Su sonrisa se ensanchó y su cuerpo empezó a dirigirse hacia mí.
—¿Vecina? —me preguntó dedicándome una sonrisa.
—¡Hola! ¡Al fin te encuentro! —le contesté.
—Me alegra que pudieras venir, yo también te estaba buscando —dijo mientras me miraba con esos ojos azules—. ¿Qué te parece este sitio? ¿Habías venido alguna vez?
—No, pero me habían hablado de él, no sabía que era tuyo —contesté un poco nerviosa—. Es un local de intercambio de parejas, ¿verdad?
—Así es —contestó de forma escueta pero con una sonrisa.
Su brevedad era dolorosamente encantadora, era un arma poderosa que me empujaba a hacer cualquier cosa que ella me pidiera. Pero ella no sabía eso, claro. Alargué el silencio más de lo habitual, pero la notaba inexpresiva, feliz de estar de pie a pocos centímetros de mí, solo mirándome.
—Aquel hombre de allí nos está mirando —le dije dubitativa.
—Sí, es un amigo mío, un poco tímido... es guapo, ¿no? —contestó María de manera pícara.
—La verdad que sí, lo he visto antes mientras te buscaba.
—¿Quieres que te lo presente? —preguntó María. Yo sabía que esa pregunta iba con segundas. Al fin y al cabo aquí presentar no es solamente eso, presentar…
—Me lo voy a pensar —contesté reafirmándome.
—Ven conmigo, te quiero enseñar algo.
Me cogió de la mano y me llevó a través de la multitud. Apreté su mano y ella apretó la mía, como un secreto entre las dos mientras la música llenaba la sala. Me llevó por un pasillo cercado por un cordón rojo, detrás de unas telas que dividían el reservado del resto de la fiesta.
—Me quería asegurar de que vieras esto, es mi parte favorita de la discoteca —dice María ilusionada—. Lo construimos para que fuera un mirador.
Traté de no parecer impresionada, las vistas eran increíbles. Las montañas se veían en el horizonte alumbradas tan solo por la luz que desprendía la luna. Estaba disfrutando de las vistas y respirando el morbo de ese lugar cuando María me dijo de una manera muy sensual al oído: —Date la vuelta.
Me giré lentamente, sintiendo sus ojos sobre mí, podía sentir mi corazón latir contra mi pecho. El corsé me mantenía en mi lugar. Cuando me giré por completo para verla, me encontré con su mirada, solo eclipsada por su sonrisa dejando ver esos hoyuelos perfectos.
Me cogió de la mano, me sentó en el sofá del centro del cuarto, inclinándose sobre mí antes de que pudiera hundirme en el sofá. Sus labios eran sensuales y sus manos acariciaban los bordes de mi cara. Me siguió susurrando.
—No pensaba que vendrías. Creía que te daría demasiado apuro el venir a un lugar como este—. Su voz sensual estaba haciendo que se erizase cada centímetro de mi piel. Pero sabía perfectamente a lo que venía…
—Creo que no me conoces bien —le contesté de manera atrevida.
En ese momento sentí sus manos moverse lentamente por mi espalda, desatando los cordones de mi corsé, sacando la cuerda por el primer agujero hasta que la parte superior del corpiño se abrió. La tela se aflojó hasta que recuperé el aliento y mis tetas se asomaron por encima. Sus ojos estaban abiertos y ansiosos, no pensaba que ella pudiera estar ansiosa hasta ese momento, su respiración se aceleraba por momentos.
Mientras se acercaba a mí, me pareció ver a alguien moviéndose a través de la tela que separaba ambos mundos. Cuando entrecerré los ojos lo vi allí, mirando, el amigo tímido.
—Tu amigo el tímido está aquí —le dije a María—. Si quieres, puede entrar.
Ella se puso frente a mí con una sonrisa pícara e invitándome a mirar a su amigo. Parecía que ya lo tuviera planeado.
—¿Nos quieres ver? —le pregunté al tímido de ojos azules.
—Realmente no —contestó con su voz grave y sensual—. Prefiero unirme.
—Vaya, qué directo —le contesté mientras acariciaba el labio de María y le pregunté si ella quería que se uniese a nosotras.
María parecía sorprendida a la par que satisfecha con esa pregunta, pero quería estar segura, al fin y al cabo, ella era la anfitriona.
—¿Es eso lo que quieres? —me preguntó con un tono suave.
—Sí —le contesté—. Ya te dije que aún no me conocías —le dije mientras le guiñaba un ojo y señalaba al desconocido con el dedo indicándole que viniera.
Ella comenzó a besarme nuevamente, con más ganas, y con cierto salvajismo. El desconocido mantuvo sus ojos sobre mí mientras sus pantalones caían al suelo, viendo a su amiga mientras me manoseaba, arrastrando su lengua por mi cuello…
—Tu cuerpo es increíble, necesito probarte —me dijo el extraño mientras María seguía deslizando su lengua por mi cuello.
El extraño se arrodilló frente a mí, comenzó a deslizar sus manos por mis brazos, luego por mis hombros, luego por mis tetas, incitando a su amiga a hacer lo mismo. Ambos me masajeaban… Me pellizcaban los pezones mientras todo mi cuerpo temblaba.
Cada sensación se convertía en placer, saturando cada rincón de mi cuerpo… Los besos del extraño se acercaban más y más a mi entrepierna, hasta que sus labios aterrizaron en mi clítoris, húmedo y caliente… Me chupaba lentamente, mientras sus dedos rozaban por la parte inferior de mi vagina… No podía evitar gemir levemente, mientras escuchaba que María hacía lo mismo…
—¿Así te gusta? —dijo María entre suspiros—. Estoy muy cachonda.
Sus palabras me encendían cada vez más, mientras el extraño seguía lamiéndome el clítoris mientras me penetraba con sus dedos…
—Me encantáis —suspiré entre gemidos—. Enseñadme de qué sois capaces.
Mis palabras les volvieron más animales. Parecían insaciables, y eso me ponía más y más cachonda. Extendí mi mano hacia el extraño, deslizando mi pulgar de un lado a otro por encima de su pene viendo cómo se excitaba. Ella continuaba. Deslizó su boca entre mis piernas y comenzó a lamerme el clítoris de una manera suave, muy suave, haciendo pequeños círculos y empapándome cada vez más…
Me gire hacia el extraño, y empecé a besarle el pene de arriba abajo mientras seguía disfrutando de cómo me lo comía María.
Los ojos de ambos estaban clavados en mí, estaban completamente hipnotizados por mi lengua, mis labios… Yo estaba tomándome mi tiempo, preparándome para lo que sea que iba a venir después…
Podía notar en mi boca cómo el extraño se iba poniendo más y más cachondo. Su pene a punto de estallar, y entre una mezcla de suspiros y gemidos me dijo:
—Me encanta cómo lo haces…
El tono de su voz me excitaba, ahora estaban luchando por mí. Me apoyé sobre el sofá mientras el extraño abría un condón. Ella se movía conmigo, se puso de rodillas y empezó a deslizar su lengua por todo mi cuerpo… recorriendo mis labios, mis pechos, disfrutando de mis pezones…
—Supe que te quería así según te vi —dijo el extraño ya fuera de sí–. Me estás volviendo loco. Sabía que iba a ser así…
Alcancé su pene y lo fui acercando hacía mi entrepierna. Comencé a introducirlo muy poco a poco y a notar esa mezcla de placer mientras ella seguía comiéndome los pechos. Notaba que el extraño empezaba a entrar dentro de mí. Sentía esa explosión de placer a medida que se movía hacia delante y hacia atrás. Estaba notando un placer muy intenso y no paraba de gemir recibiendo cada vez más estímulos. María se acercó a mi oído y me dijo con un tono desafiante:
—¿Estás lista para más?
Entre gemidos, le agarré el pelo, besé sus labios y ella deslizó su mano hacia mi entrepierna a medida que el extraño seguía penetrándome… Comenzó a masajearme el clítoris, lentamente… Se humedeció las manos y siguió poco a poco haciendo eso que tanto me excitaba. Ella lo sabía, me estaba encantando, estaba a punto de correrme.
Le pedí al extraño que se sentase mientras yo me ponía encima de él. Ella continuaba masajeándome el clítoris mientras me veía estremecerme cada vez más… empecé a tocarla y a masajearle el clítoris yo también… Noté como estaba empapada… Me pidió que lo hiciera más rápido y podía ver como se estaba poniendo cada vez más cachonda, escuchando sus gemidos en mi oreja mientras sentía el pene del extraño entrar y salir de mí. Seguimos así durante unos segundos… estaba a punto de estallar de placer. Notaba las contracciones de María que estaba también a punto de correrse. De repente me pidió que la agarrase del pelo y me miró a los ojos mientras el extraño empujaba mi cintura hacia arriba y hacia abajo provocándome gemidos atronadores.
No podía más, los tres estábamos al límite. Comencé a moverme cada vez más rápido de adelante hacia atrás, mientras le introducía mis dedos a ella y le frotaba el clítoris. Ambos me pidieron que me corriese, que se iban a correr, estaban igual que yo. Seguimos cada vez más duro, más fuerte, hasta que llegamos al éxtasis. Vi como el extraño sacaba su pene de dentro de mí y se corría mientras María terminaba de retorcerse en el sofá a mi lado. No podía parar de gemir, hasta de gritar… Joder, qué sensación… notaba el sofá húmedo de mi corrida. Fue una experiencia increíble.
—Entonces, ¿te ha gustado el club? —me preguntó María con su sonrisa de pícara.
—Repetiré seguro, si me invitas, claro —contesté yo haciendo una broma.
Nos vestimos los tres y nos dirigimos a pedir una copa. La noche no había hecho más que empezar…